Decir las cosas sin pensar, aun acogiéndonos a la verdad, no es la mejor opción y menos en el ámbito laboral. Como señala José Manuel Chapado, socio de Isavia, “no siempre es bueno ser sincero. En la mayoría de la ocasiones el error no está en un exceso de sinceridad, sino en una desmesurada diplomacia. Hay una corriente de lo políticamente correcto que ha hecho que perdamos la capacidad de decir lo que pensamos”. Se puede decir todo, lo que hay que cuidar es el cómo.
El problema se plantea cuando las personas no distinguen la sinceridad del sincericidio. Lo explica Maite Gómez Checa, coach senior y socia de Ice Coaching: “Son aquellas personas que creen que ser sincero es decir lo que uno piensa en todo lugar y situación, en vez de poner el foco en las consecuencias y en cómo puede afectar a terceros”. Checa asegura que estos individuos creen que están legitimadas a decir lo primero que se les viene a la cabeza porque se amparan en la creencia de que dicen las cosas por su bien”.
Sin embargo, en estos casos no hay que pensar tanto en uno mismo como en las consecuencias que plantar cara y decir la verdad puede tener en el resto. Para evitar abrir heridas, innecesarias Chapado plantea un ejercicio tan simple como preguntarnos para qué lo queremos decir, no el porqué. Si es para que el culpable no lo vuelva a repetir es correcto, pero si es en beneficio propio no tiene sentido. “Si se utiliza la sinceridad para descargarse emocionalmente, es mejor guardar silencio”, señala Chapado.
Lo cierto es que en la oficina conviven profesionales de todo tipo porque, como dice Checa “hay personas que sostienen la idea de sentirse en posesión de la verdad y no reconocen que pueden existir otras maneras de observar o percibir la realidad distintas de la suya”.
Diplomacia y sinceridad
Un error muy común es confundir la diplomacia con la sinceridad. Un exceso de lo primero puede tener consecuencias nefastas para la organización. Algunos mandos no se atreven a decir la verdad o a plantear lo que opinan por miedo a las consecuencias, en opinión de Chapado, una actitud que las empresas deben corregir. Este vértigo que en muchas organizaciones fomentan como parte de su cultura, puede tener efectos muy nocivos: “La alta dirección es mucho más razonable de lo que los mandos piensan. Muchos directivos están deseando escuchar opiniones diferentes. Y si se calla se pierde una oportunidad que puede resultar beneficiosa para la organización”.
El socio de Isavia asegura que el caudal de verdad que se dice y se oculta en una empresa es un barómetro que desvela su grado de madurez. La sinceridad es el primer paso para lograr la transparencia que muchos directivos enarbolan como su mejor tesoro. Pero, recuerde, que si en su empresa es el último en enterarse de lo más importante y no se atreve contradecir a su jefe, quizá está en el sitio equivocado. La transparencia empresarial es una garantía de supervivencia porque permite a los profesionales trabajar sin miedo e innovar.
Y, como recuerda Gómez Checa, la clave no está en el qué, sino en el cómo. Algunas de sus pautas para que la sinceridad no se vuelva en nuestra contra son:
1. Identificar el momento y lugar oportuno para expresar lo que uno piensa.
2. Expresar lo que piensa dejando el espacio al otro para que pueda dar su opinión.
3. Enfocarnos en el comportamiento o en el hecho de qué queremos comunicar, no centrarnos en la persona.
4. Potenciar la conversación para abrir nuevas posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario