Se lanza en la televisión francesa un programa con gerentes generales que por un período trabajaron de incógnito en sus propias empresas en lo más bajo de la escala. Una reveladora inversión de roles.
El principio de esta nueva serie es sencillo: un patrón es reclutado por su compañía como empleado raso y sus colegas/subordinados ignoran el engaño.
Irreconocibles, ocultos detrás de barbas, anteojos y sombreros,
varios gerentes de compañías francesas aceptaron pasar un período de
tiempo trabajando en las tareas más sencillas de su empresa: limpiar las oficinas, lavar los coches de una sociedad de alquiler de vehículos, recoger basura para una recolectora de residuos, etcétera.
El jefe abandona su puesto de número uno y se vuelve aprendiz o becario.
Recibe lecciones -reprimendas y elogios también- de sus propios
subordinados. Descubre, de paso, lo que sucede en el interior de su
empresa y conoce otra cara de sus empleados, a los que sólo revelará su
identidad al final del programa.
Patron Incognito es el nombre de la versión francesa de la serie Undercover Boss lanzada por la CBS en el año 2010 con gran éxito de audiencia. Todavía hoy, retiene el 18% del share los domingos por la noche.
La edición gala de este reality show fue realizada en el mayor de los secretos durante más de un año por la empresa Endemol que compró los derechos a CBS.
Jean-Claude Puerto, creador de Ucar
una sociedad de alquiler de coches a precios accesibles, se convierte en
Christian Lafont (foto), un desocupado de larga duración, barbudo y con
gorra, contratado para lavar los coches de la empresa, a
la intemperie, en ocasiones con -5º de temperatura y recibiendo
instrucciones de sus empleados. "Hay que ser riguroso", le dice
Frédéric, el preparador de los coches. "Yo creía que un poco de
maquillaje y otra vestimenta eran suficiente. Y bien, para nada, el jefe
transpira en mí por todos los poros. Voz fuerte, cabeza en alto. Tuve
que convertirme en desocupado que no sabe, que no sabe nada y que baja
la vista para evitar la mirada de los otros", cuenta Puerto sobre su
experiencia.
El creador del programa, el documentalista británico Stephen Lambert, dice haberse inspirado cuando leyó en el Times la queja de un pasajero que se preguntaba cuándo el CEO de British Airways había utilizado su compañía como cliente por última vez. Esa idea del jefe que "desciende" para ver lo que realmente sucede en su empresa es lo que dio nacimiento a Undercover Boss.
Pero el argumento no es novedoso. En el fondo, es la misma idea que inspiró a Mark Twain su novela Príncipe y Mendigo, ambientada en la Inglaterra del siglo XVI y en la cual el heredero al trono, Eduardo II, hijo de Enrique VIII,
descubre que tiene un sorprendente parecido con un niño mendigo y
decide ponerse sus ropas. Lo que empieza como juego, termina en drama
cuando el joven príncipe es expulsado del palacio y debe vivir realmente como un mendigo:
pasa hambre y frío y es maltratado por su "padre" alcohólico y
violento. La historia terminará bien y le servirá -al menos en la
imaginación de Twain- al futuro monarca para conocer los padecimientos
de sus súbditos.
Trasladado esto al mundo empresarial, entre los atractivos del reality resultante está el placer algo perverso de
ver a un gerente padecer por ejemplo la rudeza de un jefe que lo
instruye sobre su tarea o le recrimina el no haberla hecho bien
insinuándole que es un inútil.
"Usted no tiene ninguna competencia para trabajar en esta empresa", le dijo un subordinado al dueño de una cadena de comidas rápidas.
Undercover Boss también buscaba emocionar, por ejemplo, con el testimonio de un chofer de camión de las tiendas de alimentación Seven/Eleven,
conmovido porque "el gran patrón vino a hablar con el pequeño
trabajador" que es él. "Esa es la Norteamérica con la que siempre soñé",
dice.
Claro que no faltaron las críticas. En los Estados Unidos el programa fue criticado por The New York Times por su espíritu "feudal y fútil". Y Business Week los
acusó de "alimentar el apetito insaciable del público por una mezcla de
sadismo y de sentimentalismo, de crueles inequidades y de justicia imaginaria (que) no tiene nada que ver con la realidad".
Por el lado positivo, podría decirse que el jefe que compartió la realidad de sus empleados quizá enriquezca su visión de las cosas y mejore su estilo de gestión.
Queda el tema de que se trata de un juego desigual:
mientras que el patrón sabe de qué se trata, los empleados ignoran que
están siendo parte de un show y por lo tanto corren con desventaja.
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