La revelación de otro romance del presidente John F. Kennedy confirma su fama de seductor compulsivo, un impulso casi enfermizo que, en algunos casos, puede llevar a la ruina.
Treinta y cinco años antes del caso Monica Lewinsky, que casi interrumpe el mandato de Bill Clinton, otra becaria de la Casa Blanca, Mimi Alford, de 19 años, reveló que fue seducida por el presidente de entonces, John Fitzgerald Kennedy, de 45 años.
Si JFK no corrió la suerte de Clinton, que estuvo al borde de la destitución por su affaire con la becaria Lewinsky, ni la de Dominique Strauss Kahn (DSK), ex director del Fondo Monetario Internacional,
que perdió la oportunidad de competir por la presidencia de Francia, para la
cual era favorito, fue gracias a que vivió en una época en la cual la
televisión todavía no lo había invadido todo ni la tecnología había
alcanzado el desarrollo que hoy le permite exponer intimidades de las celebrities con relativa facilidad. Sus infidelidades a repetición, su historia de sórdido final con la actriz Marilyn Monroe
y, más en general, su adicción al sexo, que le hacía olvidar los
límites de un comportamiento acorde a su cargo no pasaron del
estadio del secreto a voces o permanecieron encerradas entre las paredes
de la Casa Blanca y otros escenarios de sus desenfrenos.
Su muerte violenta y prematura lo colocó más allá de las críticas y
lo coronó de una aureola protectora. Quizá estas tardías revelaciones
logren perforarla un poco, pero ciertamente los de Kennedy eran tiempos
más discretos.
No tuvo la misma suerte DSK, cuyas debilidades por el sexo femenino
fueron expuestas a la luz del día sin contemplaciones y hasta elevadas a
la categoría de delitos sexuales.
Estos escándalos pasados y presentes trajeron al debate el concepto
de hipersexualidad o adicción al sexo, relativamente nuevo en la
psiquiatría, al menos en los términos en que se lo define hoy. Alguna
vez se lo llamó ninfomanía y se lo consideró un trastorno netamente
femenino. Parece que es al revés.
Si esta es la razón del comportamiento de hombres como JFK y DSK,
¿qué es exactamente ese impulso que los lleva a una actividad sexual
compulsiva e irreflexiva, análoga a la necesidad del alcohólico de beber
y a la del drogadicto de consumir narcóticos?
Se sabe actualmente que no sólo el alcohol, el tabaco o las drogas
producen dependencia. También lo hacen el juego, Internet y el sexo. En
el caso DSK surgió el tema de una adicción que habría sido la
vulnerabilidad aprovechada por quienes querían sacarlo de la carrera
política. Muchos de sus amigos y conocidos comentaron este
comportamiento del dirigente francés, debilidad, al parecer, conocida en
los medios políticos.
En un informe publicado por la revista Slate
en mayo pasado, a raíz del caso Strauss Kahn, la investigadora del
Inserm (Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica)
Florence Thibaut, miembro del servicio de psiquiatría CHU (Centro
Hospitalario y Universitario) de Rouen, Francia, explicaba que esta patología afecta entre un 3 y 6% de la población sexualmente activa y que un 80% de los casos son masculinos.
Según Thibaut, se la podría definir como una "frecuencia excesiva, no
controlada y creciente, del comportamiento sexual que persiste a pesar
de las consecuencias negativas posibles, entendiéndose que se trata de
prácticas sexuales convencionales". En concreto, no se trata de
desviaciones o perversiones del tipo del exhibicionismo, el fetichismo o
el voyeurismo.
Por tratarse de una adicción, genera sufrimiento,
dijo el Dr. Jean-Claude Matysiak, psiquiatra y jefe del servicio de
tratamiento de adicciones del hospital de Veioleneuves-Saint-Georges,
citado en el mismo informe. "Es un poco como con los problemas de
alimentación. Algunos son capaces de cometer excesos sin estar enfermos.
Hay adicción cuando la vida del individuo está centrada en el sexo a
expensas de lo demás", explica este médico, quien también descarta que
la enfermedad tenga algo que ver con el poder. "Es más bien una cuestión
de personalidad adictiva. Son personas que necesitan afirmarse, es una
búsqueda frenética de identidad, a través de la conquista del poder o de
la multiplicación de las aventuras sexuales".
No existe un acuerdo total entre los especialistas. Para algunos, la
patología engloba la hipersexualidad, los comportamientos sexuales
compulsivos y las perturbaciones del control de los impulsos sexuales.
Pero otros, como el Dr. Willian Lowenstein, director de la clínica
especializada Montevideo de Boulogne, prefieren situar "la
hipersexualidad en el borde del mundo de las adicciones".
Otros engloban en esta definición elementos tales como la
masturbación compulsiva, la dependencia de drogas ilícitas, el sexo
anónimo, pago o intrusivo (partiendo del abuso de poder), el consumo de
pornografía, el sexo telefónico y el cibersexo.
La adicción al sexo sería la imposibilidad de resistir a losimpulsos sexuales, la dedicación de un tiempo creciente al tema, el
fracaso de los intentos de autocontrol, la peristencia en estos
comportamientos a pesar del riesgo (enfermedades venéreas, trastornos
judiciales, divorcio, pérdida del trabajo).n
La hipersexualidad tiene algunos puntos en comú con los
trastornos obsesivos compulsivos (TOC) y, por lo tanto, se preconizan
tratamientos parecidos. Algunos especialistas se inclinan por fármacos
como los antidepresivos o los ansiolíticos y otros, por terapias de
comportamiento. Al parecer, el golfista Tiger Woods, a quien la
adicción le hizo perder a la esposa y con ella varios millones de
dólares, habría optado por la segunda alternativa para tratar su
problema. Para ello, se internó en un sitio de prestigio: Pine
Grove, Behavioral Health and Addiction Services, en Hattiesburg,
Mississippi.
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