Muchas veces, al hablar de la especie humana, recordamos que muchas de nuestras características animales se han ido perdiendo o deteriorando. Por ejemplo, el sentido del olfato. En un gran número de animales la quimioseñalización, o comunicación de mensajes a través de señales olfativas, es muy importante. En cambio, en el ser humano este sentido está muy limitado. Aunque, según se explica en un artículo reciente, menos de lo que nos pensamos.
Los autores de este trabajo han tratado de demostrar que la quimioseñalización todavía resulta un factor importante en nuestra especie. Y los resultados han sido claros: los seres humanos modificamos la composición de nuestro olor corporal, especialmente el sudor, al enfrentarnos a circunstancias que afectan a nuestro estado de ánimo. También han podido demostrar que, al percibir esos olores, cambia nuestro estado de ánimo.
Para realizar el estudio, los investigadores se han centrado en dos sentimientos: el miedo y el asco. La razón para elegirlos fue muy clara: estos estados de ánimo tienen una influencia muy importante en nuestra fisiología, y percibirlos hace que nuestro organismo se adapte y cambie nuestro comportamiento.
En el caso del miedo, lo que ocurre se conoce como sensory acquisition, que se podría traducir por "adquisición sensorial". Cuando sentimos miedo nuestra primera reacción, y la más visible y reconocible, es abrir mucho los ojos. Este movimiento de músculos ayuda a que nuestras fosas nasales se abran y podamos absorber más oxígeno. Nuestro cerebro se centra más en detectar la amenaza, lo que provoca que nuestros sentidos se agudicen. Por ejemplo, nuestros ojos se mueven mucho más rápido para detectar los peligros.
El mecanismo es, en cierto sentido, justo el opuesto en el caso del asco. La expresión de asco induce en otros humanos una reacción que empieza por arrugar la nariz y disminuir el número de veces que inspiramos. Con esto intentamos evitar que sustancias nocivas entren por nuestra nariz.
Para demostrar que esta comunicación existe, realizaron un experimento con dos grupos. El primero de ellos estaba formado únicamente por hombres, que fue de quienes se obtuvieron las muestras de sudor, y el segundo grupo, el de los receptores, estaba formado por mujeres. Estudios anteriores ya habían demostrado que el sudor de los hombres contiene más sustancias olorosas, y que el olfato de las mujeres tiene mayor capacidad para detectar estos compuestos.
El primer paso fue preparar al grupo de hombres, los emisores de las señales, para el experimento. Se les sometió a una dieta que carecía de alimentos que pudiesen enmascarar el olor, sin tabaco ni alcohol, y sin ejercicio físico exigente. Solo se les permitió utilizar desodorantes y jabones sin perfumes.
Después de prepararlos, cada uno de ellos tuvo que ver una grabación que incitase al miedo o el asco. Los investigadores observaban sus reacciones faciales para comprobar que las grabaciones tenían efecto. Tras esto, recogían la ropa y muestras de sudor.
Una vez obtenidas las muestras, se enfrentaba a cada una de las mujeres con una de ellas, sin saber cuál era el sentimiento que el hombre había mostrado. Durante esta fase, las mujeres estaban realizando tests de agudeza visual. Tanto la expresión de sus caras, como los movimientos de los ojos fueron analizados.
El resultado fue claro. Cuando a las mujeres se les ofrecía una muestra de asco, reaccionaban con asco, y lo mismo con las muestras de miedo. Lo más interesante es que estas reacciones eran independientes de si a la mujer le gustaba el olor o lo encontraba desagradable.
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