El 13 de octubre de 1738, el ingeniero militar zaragozano Roque Joaquín de Alcubierre obtuvo el permiso de Carlos VII de Nápoles, futuro Carlos III de España, para excavar en las inmediaciones de la mencionada ciudad italiana con un único objetivo: encontrar objetos romanos que engrosaran la colección de tesoros antiguos del monarca. Alcubierre no se limitó a encontrar cuatro monedas y otras tantas vasijas: descubrió las ciudades de Pompeya y Herculano, situadas en torno al monte Vesubio, en la bahía de Nápoles.
El volcán entró en erupción en el mediodía del 24 de agosto del año 79 d.C., prorrogándose esta entre 18 y 20 horas. La columna de gases y piedra llegó a medir 33 kilómetros, pero cuando esta alcanzó la altura máxima, se derrumbó y dispersó los gases a través de 20 kilómetros a la redonda; a la vez, se produjo una lluvia de piedra pómez. "Solo se oían los gemidos de las mujeres, el llanto de los niños, el clamor de los hombres. Unos llamaban a sus padres, otros a sus hijos, otros a sus esposas. Muchos clamaban a los dioses, pero la mayoría estaban convencidos de que ya no había dioses y esa noche era la última del mundo", escribía el escritor romano Plinio el Joven al historiador Tácito, en las cartas donde también relataba la muerte de su tío, el oficial Plinio el Viejo, que murió en las labores de evacuación de las ciudades.
La erupción se manifestó de dos maneras: Herculano fue cubierta por una especie de fango compuesto por cenizas y lava. En Pompeya, el fenómeno se manifestó, primeramente, como una fina lluvia de cenizas casi imperceptible, seguida de una caída de lapilli –pequeñas piedras volcánicas- y de piedras pómez de varios kilos de peso. A la vez, la urbe quedó envuelta por nubes de azufre.
¿Cuántas personas murieron? Se estima que en Pompeya vivían entre 10.000 y 20.000 personas, mientras que Herculano contaba con unos 5.000 habitantes. En la primera ciudad fueron recuperados en torno a 1.150 restos de cuerpos, mientras que en la segunda fueron hallados 350. Según un estudio de los investigadores Giuseppe Mastrolorenzo y Lucia Pappalardo, del Observatorio Vesubiano, y de los biólogos Pierpaolo Petrone y Fabio Guarino, de la Universidad Federico II de Nápoles, "las víctimas no sufrieron una larga agonía por asfixia, sino que perdieron la vida al instante por exposición a altas temperaturas, de entre 300 y 600ºC". Además, muchos murieron por el desprendimiento de los techos de sus viviendas, incapaces de soportar el peso de las cenizas.
Ciudades suspendidas en el tiempo
La capa de cenizas emanada por el Vesubio actuó como un sello hermético sobre los restos de ambas ciudades. Así, se pudieron conservar calles, objetos, templos, teatros, termas, viviendas o patios.
El turista que visite Pompeya podrá colarse en los hogares de sus habitantes, como la casa del Fauno, cuya dueña murió sobre un inmenso mosaico –con más de un millón y medio de teselas o piezas- que representaba la derrota de Darío III, en la batalla de los Isos, a manos de Alejandro Magno; la de los Vetti, una de las más lujosas, o la Villa de los Misterios, residencia del banquero Lucio Cecilio Jocundo.
El foro de Pompeya constaba de un área libre de 145 metros de longitud por 38 metros de altura. En este lugar, al que se accedía a través de una puerta de bronce, se exponían tablillas en las que la gente hacia publicidad o expresaba sus quejas.
El segundo edificio más importante de la ciudad era la Basílica, sede de la administración de justicia. También destacan los templos -el de Júpiter, el de Apolo, el de los Lares y el de Vespasiano-, el anfiteatro –en el que cabían 20.000 espectadores-, el Macellum –un mercado-, el lupanar y el edificio de Eumaquía, que albergaba al gremio de tintoreros y lavanderos.
Mientras, en Herculano sobresalen las villas –como la de los Papiros, una casa con vistas al mar de Lucio Calpurnio Piso Caesomnio, suegro de Julio César-, así como la Sede de Sacerdotes Augustales, la Casa de la Columnata Toscana o la Thermopolia, "taberna popular" donde se vendían bebidas y comida caliente.
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