A lo largo de su investigación, el panorama se tornó poco alentador. “Encontramos áreas de bosque nativo que se han quemado en estos últimos 20 años en reiteradas ocasiones.
Durante la temporada estival se producen en el país alrededor de
5.000 incendios forestales, comprometiendo cerca de 50.000 hectáreas de
praderas, bosques y pastizales, muchos de ellos autóctonos. Por ello se
torna relevante contar con políticas de recuperación y preservación de
los bosques nativos, según plantea Víctor Quintanilla, académico del
Departamento de Ingeniería Geográfica de la Universidad, quien en marzo
pasado concluyó el proyecto Fondecyt Estudio fitogeográfico en paisajes y
ecosistemas naturales de Chile mediterráneo afectados por fuegos, para
propuesta de restauración ecológica.
A lo largo de su investigación, el panorama se tornó poco alentador. “Encontramos áreas de bosque nativo que se han quemado en estos últimos 20 años en reiteradas ocasiones. Hay bosque esclerófilo o de palma chilena que han sido afectados con incendios siete veces en doce años; eso, indudablemente, ni siquiera da tiempo para que el bosque empiece a rebrotar con vigor. La situación es sumamente grave y la gente no lo percibe”, afirma el académico.
Pero no todas las noticias en este ámbito son desalentadoras. Gracias al trabajo efectuado se logró identificar ecosistemas susceptibles de restauración, como los que se desarrollan en algunas microcuencas costeras de las provincias de Valparaíso y San Antonio; los bosques del “roble de Santiago” en lo macizos cordilleranos litorales; y las agrupaciones de palma chilena del colinaje costero de las ciudades de Viña del Mar y Valparaíso.
“En nuestro trabajo en terreno detectamos que en muchas áreas había bosques nativos quemados, y que después de cada siniestro simplemente desaparecían por un largo tiempo”, precisa el investigador, para quien la zona central del país es una de las más afectadas, pues no sólo sufre por los incendios, sino que también por la expansión urbana de superficies de cultivo o la construcción de carreteras, que destruyen la riqueza nativa. Ello se traduce en “la pérdida de biodiversidad de áreas que pueden ser de esparcimiento o divulgación científica. Además impacta en los micro climas incidiendo en la mantención armónica del ecosistema”, explica el Dr. Quintanilla.
En el proyecto se optó por el análisis de fotografías, imágenes satelitales, documentación y estadísticas sobre zonas afectadas, para luego confirmar en terreno el estado de evolución de los sistemas afectados. Este proceso permitió priorizar los sitios más dañados por lo que el investigador propondrá un plan de recuperación de ecosistemas originarios.
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